¡Por fin!
¡Gracias! Señora alcaldesa de Madrid, de cuyo nombre no quiero acordarme, por retirar el nombre de mi abuelo el Capitán General don Fidel Dávila Arrondo. Se lo agradezco en mi nombre y en el suyo. No es precisamente el nombre de una calle a lo que aspiraba mi abuelo sino transmitirnos, como así ha sido, el alto sentido de servicio a España, la honradez y la humildad.
Suprimir la calle con su nombre era un clamor popular, una necesidad que no podía esperar un día más. ¡Cuántos vecinos de Madrid dormirán tranquilos sabiendo que la calle del General Dávila ya no existe! ¡Qué alivio! Se acabaron las protestas y reivindicaciones que colapsaban la administración municipal. Por cierto ¿Sería tan amable de decirme el nombre que va a sustituir al general? ¿Otro general? Es simple curiosidad. Le podría dar alguna idea.
Como, a mi juicio, y perdone mi reflexión escrita, no es la inteligencia un signo distintivo de su ayuntamiento, le digo de antemano que no hay ninguna ironía en mis palabras y mi agradecimiento es muy sincero. Ruego lo acepte como un regalo de Navidad; perdón para usted mejor utilizar el término fiestas.
Pues sí, en esta Navidad (fiestas para usted) el espíritu de reconciliación y concordia y de respeto al pluralismo hay que ponerlo en marcha. Pero algo veo que falla. Aquí y perdone la reflexión, a buen seguro equivocada, el sectarismo, el gasto inútil y la, aún más inútil, venganza es lo que adorna este gesto tan necesario.
Pero estoy de acuerdo con usted en que mi abuelo, al que conocí y mucho me enseñó, hombre sabio, honrado y humilde, no debe estar en una calle de un ayuntamiento del que usted es alcaldesa. Por eso le doy las gracias. Su nombre al lado del suyo afea su plural, discreta y eficaz gestión y a mí me molesta enormemente que eso ocurra. Adivina, adivinanza. La sintaxis es caprichosa, a veces.
No hace falta que me recuerde la ley de no sé qué memoria. Yo la llamaría ley de ideología. No hay mayor intransigencia y fanatismo que convertir el sectarismo, la ideología, en ley. Cuando no se convence con rigor histórico, con argumentos, se imponen las ideas por ley. Ya sabe usted lo que eso significa. ¿Le suena? Sabemos quién tiró la piedra, pero también sabemos quién la recogió, la volvió a tirar y esta vez escondió la mano. Cosas de la política de incumplimientos.
Prohibir es lo que mejor saben hacer.
En fin, señora alcaldesa, somos tres generaciones, tres generales apellidados Dávila, y lo que ni usted ni nadie puede retirar es la historia de esas tres generaciones y la memoria del servicio a España.
Hay que leer. Hay que estudiar. Y hay que dejar de interpretar la historia bajo el sectarismo de una ideología. Sin imposiciones y prohibiciones de las que Madrid ahora es pionera en Europa.
Gracias de nuevo, sin ironía, y siento decirle que yo también he borrado su nombre de mi memoria. Recuérdemelo cuando nos veamos. O mejor, imponga su nombre a una de las calles de Madrid sustituyendo a la de un general. Encaja perfectamente en lo que a diario vemos.
Feliz Navidad, señora alcaldesa, aunque para no ofenderla se lo diré de otra manera: felices fiestas.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
BREVE BIOGRAFÍA DE MI ABUELO EL GENERAL DÁVILA
Nació en Barcelona en 1878. De incipiente vocación militar alcanzó el grado de subteniente de Infantería (alférez) a los 17 años y al fallecer, inmediato a los 84 años, el de capitán general.
Tres campañas militares: Cuba, Marruecos y la de 1936-1939.
Sus características militares eran el estudio profundo, la permanente formación y la rigurosidad de su trabajo tanto como oficial de Estado Mayor o como jefe del Ejército del Norte. Su humilde caminar por la vida le han hecho un general casi desconocido cuando fue el cerebro de importantes hechos tácticos y estratégicos tanto en la guerra de Marruecos como en la de 1936-39.
Fue Jefe de la Sección de Campaña de la Comandancia General de Melilla entre 1919 y 1921. Rechazó el plan de ocupación de Annual, pero sus consejos fueron desoídos por el general Silvestre. El enorme esfuerzo físico y psíquico al que se vio sometido le hizo enfermar y tuvo que ser evacuado días antes del Desastre de Annual. Posteriormente preparó y documentó la operación sobre Alhucemas que culminó en el desembarco y recuperación del territorio.
Ascendió a Coronel por méritos de guerra en 1924 y a general de Brigada en 1929.
Se retiró con la Ley de Azaña al no admitir renegar de sus creencias monárquicas y religiosas dedicándose en este periodo a la enseñanza en Burgos, trabajando para el Círculo Obrero Católico. A pesar de ello el gobierno de Azaña, que conocía su capacidad de organizador, le propuso ser nombrado Subsecretario del ministerio de guerra lo que rechazó.
Al estallar la guerra en 1936 se hizo cargo de Gobierno Civil de Burgos, formando desde sus comienzos parte de la Junta de Defensa Nacional..
En octubre de 1936 fue nombrado por Franco Presidente de la Junta Técnica del Estado y Jefe de Estado Mayor del Ejército. A la muerte del general Mola fue nombrado Jefe del Ejército del Norte y posteriormente ministro de Defensa Nacional.
En agosto de 1939 fue nombrado Capitán General de la 2ª Región Militar con sede en Sevilla, a la que amó profundamente y donde su hijo Manuel, también general y Medalla Militar, conoció a una bella sevillana con la que se casó. Mis padres.
Posteriormente fue Jefe del Alto Estado Mayor de Ejército, ministro del Ejército, Consejero del Reino y Presidente del Consejo Superior Geográfico.
Falleció en Madrid el 22 de marzo de 1962.
El general Dávila, mi abuelo, ha pasado casi desapercibido por su humildad y sencillez. Él junto al general Vigón fueron los cerebros de la táctica y los que desarrollaron todos los planes de guerra que dieron el triunfo a las tropas nacionales.
Como abuelo le admiré y presumo de ser uno de sus nietos favoritos. Conservo su sable, su faja de general y su estilo, al que jamás renunciaré. Y algo que siempre llevó en su bolsillo, la reliquia de San Fidel. Ahora la llevo yo. Un hombre bueno que se retiró en silencio, igual que había vivido. Honorable, honrado y bueno.
Hoy he hecho algo que jamás me hubiera él permitido, escribir estas líneas y el artículo sobre la retirada de su calle.
Abuelo te pido disculpas. Acéptalas. Es únicamente por levantar una voz en defensa del honor y la honra.
Perdóname. Me hubiese gustado ser como tú.
¡Gracias! Señora alcaldesa de Madrid, de cuyo nombre no quiero acordarme, por retirar el nombre de mi abuelo el Capitán General don Fidel Dávila Arrondo. Se lo agradezco en mi nombre y en el suyo. No es precisamente el nombre de una calle a lo que aspiraba mi abuelo sino transmitirnos, como así ha sido, el alto sentido de servicio a España, la honradez y la humildad.
Suprimir la calle con su nombre era un clamor popular, una necesidad que no podía esperar un día más. ¡Cuántos vecinos de Madrid dormirán tranquilos sabiendo que la calle del General Dávila ya no existe! ¡Qué alivio! Se acabaron las protestas y reivindicaciones que colapsaban la administración municipal. Por cierto ¿Sería tan amable de decirme el nombre que va a sustituir al general? ¿Otro general? Es simple curiosidad. Le podría dar alguna idea.
Como, a mi juicio, y perdone mi reflexión escrita, no es la inteligencia un signo distintivo de su ayuntamiento, le digo de antemano que no hay ninguna ironía en mis palabras y mi agradecimiento es muy sincero. Ruego lo acepte como un regalo de Navidad; perdón para usted mejor utilizar el término fiestas.
Pues sí, en esta Navidad (fiestas para usted) el espíritu de reconciliación y concordia y de respeto al pluralismo hay que ponerlo en marcha. Pero algo veo que falla. Aquí y perdone la reflexión, a buen seguro equivocada, el sectarismo, el gasto inútil y la, aún más inútil, venganza es lo que adorna este gesto tan necesario.
Pero estoy de acuerdo con usted en que mi abuelo, al que conocí y mucho me enseñó, hombre sabio, honrado y humilde, no debe estar en una calle de un ayuntamiento del que usted es alcaldesa. Por eso le doy las gracias. Su nombre al lado del suyo afea su plural, discreta y eficaz gestión y a mí me molesta enormemente que eso ocurra. Adivina, adivinanza. La sintaxis es caprichosa, a veces.
No hace falta que me recuerde la ley de no sé qué memoria. Yo la llamaría ley de ideología. No hay mayor intransigencia y fanatismo que convertir el sectarismo, la ideología, en ley. Cuando no se convence con rigor histórico, con argumentos, se imponen las ideas por ley. Ya sabe usted lo que eso significa. ¿Le suena? Sabemos quién tiró la piedra, pero también sabemos quién la recogió, la volvió a tirar y esta vez escondió la mano. Cosas de la política de incumplimientos.
Prohibir es lo que mejor saben hacer.
En fin, señora alcaldesa, somos tres generaciones, tres generales apellidados Dávila, y lo que ni usted ni nadie puede retirar es la historia de esas tres generaciones y la memoria del servicio a España.
Hay que leer. Hay que estudiar. Y hay que dejar de interpretar la historia bajo el sectarismo de una ideología. Sin imposiciones y prohibiciones de las que Madrid ahora es pionera en Europa.
Gracias de nuevo, sin ironía, y siento decirle que yo también he borrado su nombre de mi memoria. Recuérdemelo cuando nos veamos. O mejor, imponga su nombre a una de las calles de Madrid sustituyendo a la de un general. Encaja perfectamente en lo que a diario vemos.
Feliz Navidad, señora alcaldesa, aunque para no ofenderla se lo diré de otra manera: felices fiestas.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
BREVE BIOGRAFÍA DE MI ABUELO EL GENERAL DÁVILA
Nació en Barcelona en 1878. De incipiente vocación militar alcanzó el grado de subteniente de Infantería (alférez) a los 17 años y al fallecer, inmediato a los 84 años, el de capitán general.
Tres campañas militares: Cuba, Marruecos y la de 1936-1939.
Sus características militares eran el estudio profundo, la permanente formación y la rigurosidad de su trabajo tanto como oficial de Estado Mayor o como jefe del Ejército del Norte. Su humilde caminar por la vida le han hecho un general casi desconocido cuando fue el cerebro de importantes hechos tácticos y estratégicos tanto en la guerra de Marruecos como en la de 1936-39.
Fue Jefe de la Sección de Campaña de la Comandancia General de Melilla entre 1919 y 1921. Rechazó el plan de ocupación de Annual, pero sus consejos fueron desoídos por el general Silvestre. El enorme esfuerzo físico y psíquico al que se vio sometido le hizo enfermar y tuvo que ser evacuado días antes del Desastre de Annual. Posteriormente preparó y documentó la operación sobre Alhucemas que culminó en el desembarco y recuperación del territorio.
Ascendió a Coronel por méritos de guerra en 1924 y a general de Brigada en 1929.
Se retiró con la Ley de Azaña al no admitir renegar de sus creencias monárquicas y religiosas dedicándose en este periodo a la enseñanza en Burgos, trabajando para el Círculo Obrero Católico. A pesar de ello el gobierno de Azaña, que conocía su capacidad de organizador, le propuso ser nombrado Subsecretario del ministerio de guerra lo que rechazó.
Al estallar la guerra en 1936 se hizo cargo de Gobierno Civil de Burgos, formando desde sus comienzos parte de la Junta de Defensa Nacional..
En octubre de 1936 fue nombrado por Franco Presidente de la Junta Técnica del Estado y Jefe de Estado Mayor del Ejército. A la muerte del general Mola fue nombrado Jefe del Ejército del Norte y posteriormente ministro de Defensa Nacional.
En agosto de 1939 fue nombrado Capitán General de la 2ª Región Militar con sede en Sevilla, a la que amó profundamente y donde su hijo Manuel, también general y Medalla Militar, conoció a una bella sevillana con la que se casó. Mis padres.
Posteriormente fue Jefe del Alto Estado Mayor de Ejército, ministro del Ejército, Consejero del Reino y Presidente del Consejo Superior Geográfico.
Falleció en Madrid el 22 de marzo de 1962.
El general Dávila, mi abuelo, ha pasado casi desapercibido por su humildad y sencillez. Él junto al general Vigón fueron los cerebros de la táctica y los que desarrollaron todos los planes de guerra que dieron el triunfo a las tropas nacionales.
Como abuelo le admiré y presumo de ser uno de sus nietos favoritos. Conservo su sable, su faja de general y su estilo, al que jamás renunciaré. Y algo que siempre llevó en su bolsillo, la reliquia de San Fidel. Ahora la llevo yo. Un hombre bueno que se retiró en silencio, igual que había vivido. Honorable, honrado y bueno.
Hoy he hecho algo que jamás me hubiera él permitido, escribir estas líneas y el artículo sobre la retirada de su calle.
Abuelo te pido disculpas. Acéptalas. Es únicamente por levantar una voz en defensa del honor y la honra.
Perdóname. Me hubiese gustado ser como tú.
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