Para terminar el año escogí como destacado entre los artículos escritos en 2015 el titulado: ‹‹¿Quieres ser soldado?›› Ser soldado es un bello oficio cuyas virtudes heredadas de los Tercios de Flandes han llegado intactas hasta nuestros días. La legislación actual, a pesar de los partidistas esfuerzos de acomodar este oficio a la particular y efímera ideología del partido gobernante, siempre sin consenso, no ha logrado -camino de ello van- acabar con la norma espiritual militar de todos los tiempos, con el espíritu nacido de aquellos versos de un humilde soldado de Infantería: ‹‹Aquí la más principal hazaña es obedecer…››. Recogido en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas, estas se modificaron recientemente sin respetar lo propuesto por la Comisión Militar que redactó su actualización. Fue una injerencia más de la política en la esencia del espíritu militar, rebajando su categoría e importancia a niveles tan preocupantes que, de seguir así, en pocos años habrán desaparecido nuestras Reales Ordenanzas y, lo más grave, el espíritu que las adornaba.
He querido terminar y empezar el año hablando de milicia y del bello oficio de soldado antes de que desaparezca y pase a ser una profesión más, ajena al espíritu y sujeta a las leyes del mercado de trabajo como otra cualquiera. Todavía tengo en mi mente unas palabras que en cierta ocasión leí a un periodista cuando se empezaba a hablar de la profesionalización del servicio militar: «En lugar de que los ricos paguen por no incorporarse a la milicia, serán los pobres quienes cobren por ir››. Terrible y dañina sentencia que ofende a una de los oficios más nobles y duros que existen y que todavía siguen desde la Administración sin regular su prestigio y futuro. Nadie da salida a unos soldados que al cumplir los 42 años ven su futuro en el paro. Insegura vida en el frente y tanto o más al regresar a la retaguardia.
Vivimos momentos convulsos en los que hasta las estructuras del Estado y los cimientos de la historia de la Nación española no parecen lo suficientemente sólidos para soportar los vaivenes del movimiento sísmico que padecemos. La milicia no es algo ajena a lo que la sociedad vive. Recientemente la afiliación a un partido político del que fue Jefe de Estado Mayor de la Defensa ha provocado miles de comentarios y una cierta, llamémosla extrañeza, en el seno de los ejércitos. Nada que objetar a la elección política que cada uno y dentro de la ley –el exjemad todavía estaba obligado a mantener neutralidad política- escoja. Sea un partido u otro, si son legales. Lo que extraña es que un soldado que ha alcanzado la máxima jerarquía en las Fuerzas Armadas, que debe ser ejemplo de virtudes y llevar la norma espiritual de la historia militar como bandera de comportamiento, acepte el independentismo, comparta mesa y mantel con partidos que luchan por romper la unidad de España y además, como en Navarra, llegan a vetar la presencia de los Reyes de España o que suene el himno nacional en la ceremonia de los premios Príncipe de Viana. Sin duda que abogan muchos de ellos por la acción sindical y las urnas en los cuarteles y todos sabemos la ideología de compañeros de viaje como Bildu.
‹‹Cuanto es más eficaz mandar con el ejemplo que con mandato,
Más quiere llevar el soldado, los ojos en las espaldas de su capitán
que tener los ojos de su capitán a sus espaldas.
Lo que se manda, se oye.
Lo que se ve, se imita.
Quien ordena lo que no hace,
deshace lo que ordena››.
Rotundas son las palabras del juramento o promesa a la Bandera:
«¡Soldados! ¿Juráis o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?».
Conciencia y honor, la Constitución, el Rey, ¡España!… y entregar la vida.
Dice la Ley de Carrera Militar: ‹‹La disposición permanente para defender a España, incluso con la entrega de la vida cuando fuera necesario, constituye su primer y más fundamental deber, que ha de tener su diaria expresión en el más exacto cumplimiento de los preceptos contenidos en la Constitución, en la Ley Orgánica de la Defensa Nacional y en esta ley››.
Y así una ley y otra. Podríamos seguir, ley tras ley, reglamento tras reglamento, espíritu tras espíritu. Entregar la vida. Esto no es un juego que permita veleidades.
En lo colectivo, las Fuerzas Armadas deben ser imparciales y profesionales en el cumplimiento de sus funciones. La imparcialidad se consigue por la vía del apartidismo, y la profesionalidad mediante la jerarquía y la disciplina. El deber es el deber y además es ley. Lo dice también el espíritu del soldado.
Uno de los Siete Sabios de Grecia, Solón de Atenas, dejó escrita una máxima: ‹‹Que los ciudadanos obedezcan a sus superiores y éstos a las Leyes». Está claro que la ley debe primar sobre la autoridad ya que esta precisamente se fundamente en el propio ordenamiento jurídico.
Independencia, Constitución, soberanía, monarquía, obedecer y respetar al Rey… Entregar la vida por ello.
Preguntas de soldado que mira atónito su misión y la legislación. “Aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar. Aquí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, el honor, la bizarría; el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son, caudal de pobres soldados; que en buena o mala fortuna, la milicia no es más que una religión de hombres honrados”.
‹‹Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir››, dice el Credo de la Legión.
Y se cierra nuestro juramento a la Bandera con la rotundidad de estas palabras:
«Si cumplís vuestro juramento o promesa, España os lo agradecerá y premiará y si no, os lo demandará».
Muchos interrogantes.
Claro que podría ser que yo ya sea un soldado anclado en viejas añoranzas y debiera quedarme en la cuneta dando paso a otro estilo, otra forma de ser y vivir la milicia.
El caso es que conozco y me escriben muchos jóvenes soldados que a pesar de sus dudas siguen con ese espíritu que aquí hemos explicado en más de una ocasión y que expusimos en un vibrante artículo de uno de nuestros colaboradores:
“Mi teniente con usted hasta la muerte”.
Eso es para mí ser soldado, ayer hoy y siempre.
Aquí la más principal hazaña es obedecer, dice Calderón.
Remata Quevedo, quien ordena lo que no hace…
El espíritu de los soldados de Flandes y de los soldados de España. Ayer y hoy. Esperemos que también mañana.
Son “Nuestro Soldado”:
Roto, descalzo, dócil a la suerte,
cuerpo cenceño y ágil, tez morena,
a la espalda el morral, camina y llena
el certero fusil su mano fuerte.
Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el ánimo serena,
la limpia claridad de un alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.
No hay a su duro pie risco vedado;
sueño no ha menester; treguas no quiere;
donde le llevan va; jamás cansado
ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:
sumiso, valeroso, resignado
obedece, pelea, triunfa y muere. (Amós de Escalante)
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
1 de enero de 2016
He querido terminar y empezar el año hablando de milicia y del bello oficio de soldado antes de que desaparezca y pase a ser una profesión más, ajena al espíritu y sujeta a las leyes del mercado de trabajo como otra cualquiera. Todavía tengo en mi mente unas palabras que en cierta ocasión leí a un periodista cuando se empezaba a hablar de la profesionalización del servicio militar: «En lugar de que los ricos paguen por no incorporarse a la milicia, serán los pobres quienes cobren por ir››. Terrible y dañina sentencia que ofende a una de los oficios más nobles y duros que existen y que todavía siguen desde la Administración sin regular su prestigio y futuro. Nadie da salida a unos soldados que al cumplir los 42 años ven su futuro en el paro. Insegura vida en el frente y tanto o más al regresar a la retaguardia.
Vivimos momentos convulsos en los que hasta las estructuras del Estado y los cimientos de la historia de la Nación española no parecen lo suficientemente sólidos para soportar los vaivenes del movimiento sísmico que padecemos. La milicia no es algo ajena a lo que la sociedad vive. Recientemente la afiliación a un partido político del que fue Jefe de Estado Mayor de la Defensa ha provocado miles de comentarios y una cierta, llamémosla extrañeza, en el seno de los ejércitos. Nada que objetar a la elección política que cada uno y dentro de la ley –el exjemad todavía estaba obligado a mantener neutralidad política- escoja. Sea un partido u otro, si son legales. Lo que extraña es que un soldado que ha alcanzado la máxima jerarquía en las Fuerzas Armadas, que debe ser ejemplo de virtudes y llevar la norma espiritual de la historia militar como bandera de comportamiento, acepte el independentismo, comparta mesa y mantel con partidos que luchan por romper la unidad de España y además, como en Navarra, llegan a vetar la presencia de los Reyes de España o que suene el himno nacional en la ceremonia de los premios Príncipe de Viana. Sin duda que abogan muchos de ellos por la acción sindical y las urnas en los cuarteles y todos sabemos la ideología de compañeros de viaje como Bildu.
‹‹Cuanto es más eficaz mandar con el ejemplo que con mandato,
Más quiere llevar el soldado, los ojos en las espaldas de su capitán
que tener los ojos de su capitán a sus espaldas.
Lo que se manda, se oye.
Lo que se ve, se imita.
Quien ordena lo que no hace,
deshace lo que ordena››.
Rotundas son las palabras del juramento o promesa a la Bandera:
«¡Soldados! ¿Juráis o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?».
Conciencia y honor, la Constitución, el Rey, ¡España!… y entregar la vida.
Dice la Ley de Carrera Militar: ‹‹La disposición permanente para defender a España, incluso con la entrega de la vida cuando fuera necesario, constituye su primer y más fundamental deber, que ha de tener su diaria expresión en el más exacto cumplimiento de los preceptos contenidos en la Constitución, en la Ley Orgánica de la Defensa Nacional y en esta ley››.
Y así una ley y otra. Podríamos seguir, ley tras ley, reglamento tras reglamento, espíritu tras espíritu. Entregar la vida. Esto no es un juego que permita veleidades.
En lo colectivo, las Fuerzas Armadas deben ser imparciales y profesionales en el cumplimiento de sus funciones. La imparcialidad se consigue por la vía del apartidismo, y la profesionalidad mediante la jerarquía y la disciplina. El deber es el deber y además es ley. Lo dice también el espíritu del soldado.
Uno de los Siete Sabios de Grecia, Solón de Atenas, dejó escrita una máxima: ‹‹Que los ciudadanos obedezcan a sus superiores y éstos a las Leyes». Está claro que la ley debe primar sobre la autoridad ya que esta precisamente se fundamente en el propio ordenamiento jurídico.
Independencia, Constitución, soberanía, monarquía, obedecer y respetar al Rey… Entregar la vida por ello.
Preguntas de soldado que mira atónito su misión y la legislación. “Aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar. Aquí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, el honor, la bizarría; el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son, caudal de pobres soldados; que en buena o mala fortuna, la milicia no es más que una religión de hombres honrados”.
‹‹Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir››, dice el Credo de la Legión.
Y se cierra nuestro juramento a la Bandera con la rotundidad de estas palabras:
«Si cumplís vuestro juramento o promesa, España os lo agradecerá y premiará y si no, os lo demandará».
Muchos interrogantes.
Claro que podría ser que yo ya sea un soldado anclado en viejas añoranzas y debiera quedarme en la cuneta dando paso a otro estilo, otra forma de ser y vivir la milicia.
El caso es que conozco y me escriben muchos jóvenes soldados que a pesar de sus dudas siguen con ese espíritu que aquí hemos explicado en más de una ocasión y que expusimos en un vibrante artículo de uno de nuestros colaboradores:
“Mi teniente con usted hasta la muerte”.
Eso es para mí ser soldado, ayer hoy y siempre.
Aquí la más principal hazaña es obedecer, dice Calderón.
Remata Quevedo, quien ordena lo que no hace…
El espíritu de los soldados de Flandes y de los soldados de España. Ayer y hoy. Esperemos que también mañana.
Son “Nuestro Soldado”:
Roto, descalzo, dócil a la suerte,
cuerpo cenceño y ágil, tez morena,
a la espalda el morral, camina y llena
el certero fusil su mano fuerte.
Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el ánimo serena,
la limpia claridad de un alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.
No hay a su duro pie risco vedado;
sueño no ha menester; treguas no quiere;
donde le llevan va; jamás cansado
ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:
sumiso, valeroso, resignado
obedece, pelea, triunfa y muere. (Amós de Escalante)
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
1 de enero de 2016
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