Hoy nos visita don Laureano Martín Pérez, historiador y analista internacional. A pesar de su juventud ha recorrido varios escenarios donde se desarrollan acontecimientos que bien podría decirse son la mesa de juego donde hoy se disputa una peligrosa partida de naipes entre jugadores dispuestos a todo. Don Laureano los conoce bien y sabe quienes son los que juegan con las cartas marcadas. Hoy nos ofrece una crónica distinta y con actores inesperados, con los que casi nadie cuenta. Sorprenden sus artículos por su sencillez de exposición y claridad de las conclusiones. Le rogamos que no nos deje con la miel en los labios y siga colaborando con nosotros y ofreciéndonos sus interesantes puntos de vista sobre la política internacional que se está convirtiendo en un auténtico juego de guerra y del que nadie puede abstraerse ni huir.
Conviene conocer a los jugadores antes de comenzar la partida y sobre todo antes de que tus creencias e intereses formen parte de un juego en el que no puedes intervenir porque ni lo conoces ni estás invitado. Eso sí, cuando quieras darte cuenta no tendrás nada. Abramos los ojos a la lectura y al conocimiento de la mano de Laureano Martín Pérez.
ACTORES ENTRE BAMBALINAS (Laureano Martín Pérez)
La ejecución por parte de Arabia Saudí de un relevante clérigo chií ha sido el detonante de una crisis mucho más grave e importante de lo que podemos imaginar, y cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles.
Evidentemente, la muerte de un ser humano nunca es un hecho menor, pero en este caso, como en otros muchos, ha sido dicha ejecución, una acción aparentemente menos grave que otros muchos incidentes anteriores, la que ha encendido la mecha. Tal vez porque mientras que esos choques de antaño se produjeron en el ámbito de la política o la estrategia, este ha tocado de lleno el verdadero problema que subyace en todos los conflictos del mundo árabe o con él: la religión. Y en este caso concreto, la división religiosa. Porque ese, y no otro, es el problema de raíz, a partir del cual, se deriva el resto.
Desde la desaparición del régimen de Sadam Hussein, que durante su guerra contra Irán fue apoyado por Arabia Saudí, las dos potencias preeminentes en la zona son: Irán, de mayoría chií y Arabia Saudí de mayoría wahabí y suní, aunque en su caso, la minoría chií, si bien no tiene peso político o capacidad de influencia por sí sola, como veremos posteriormente, está estratégicamente situada. Otra consecuencia de la desaparición de Sadam Hussein fue la toma del control del gobierno de Irak por parte de los chiitas, lo que ha favorecido indudablemente un acercamiento a Irán y que Arabia Saudí pierda esa “buffer zone” que le separaba de su principal rival.
Irán es una república islámica surgida de la revolución de los ayatolahs en 1979. Por el contrario, Arabia Saudí es una monarquía, régimen que desde los comienzos de la revolución iraní, su líder, Jomeini, consideró ilegítimo, pues entendía que esta no es una forma de gobierno islámico legítima. Esta manera de ver a las monarquías del golfo, no sólo a la saudí, siempre ha sido confrontada con el temor de éstas a la exportación de su modelo de revolución por parte de Irán.
Luego vemos que, desde finales de la década de los 70, los recelos entre ambos países han sido constantes y mutuos.
Desde un primer momento, la extinta URSS apoyó el régimen de Jomeini dentro de los posicionamientos de bloques durante la Guerra Fría. Esto hizo que EEUU apoyara y armara a los regímenes monárquicos opuestos a Irán, especialmente a Arabia Saudí. Esta colaboración desembocó en la enorme paradoja de la colaboración entre Israel y Arabia Saudí dentro de las complejas operaciones auspiciadas por la CIA para armar a los muyahidines que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán.
Hechos como este no hicieron sino acrecentar la rivalidad entre ambos países, máxime teniendo en cuenta que Irán siempre ha sido un feroz opositor a Israel, apoyando fuertemente a la causa palestina, algo de lo que siempre ha acusado a Arabia Saudí de no hacer.
De todo lo relatado hasta el momento, a lo que hemos de unir el temor de Arabia Saudí de que Irán tuviera éxito en su intento de hacerse con armas nucleares, podemos sacar algunas conclusiones:
Es especialmente significativo el paso dado por Sudán. Este país no suele aparecer en los medios. Tuvo su momento de protagonismo durante la guerra civil con la región que hoy es el Estado independiente de Sudán del Sur y con el conflicto olvidado y casi silenciado de Darfur, conflicto que algún día debería ser objeto de un estudio más que detenido y tras el cual hay elementos de los que hasta ahora no se ha hablado. Pero, a pesar de las apariencias, es un actor muy relevante.
La importancia y el interés que merece la posición de Sudán reside en que hasta ahora la colaboración con Irán había sido muy estrecha, pues desde 2013, uno y otro han cooperado para proteger sus intereses en África frente a la intervención occidental liderada principalmente por Francia en Mali, lo cual hizo temer a ambos países que sólo fuera el comienzo de una implicación a gran escala en el Sahel con el objetivo de restablecer la hegemonía occidental en toda la región.
Irán y Sudán compartían un objetivo estratégico común en el área que comprende el Sahel y el Golfo de Guinea. Este objetivo no era otro que consolidar el control e influencia en esa vasta región y sus enormes reservas de recursos naturales tales como petróleo, uranio y minerales raros, a la vez que evitar la presencia de Occidente en general y EEUU en particular. Y para lograr ese objetivo la aparición de diferentes grupos yihadistas sirvió de herramienta perfecta, llevándoles a participar activamente en el entrenamiento, equipamiento y financiación de dichos grupos, especialmente de Boko Haram.
Prueba de todo esto es el comienzo del discurso del ministro de Defensa de Sudán realizado en agosto de 2014: “Debo comenzar hablando sobre nuestra relación con Irán, y decir que es una relación estratégica y duradera. No podemos comprometerla o perderla. Todos los avances de nuestra industria militar se los debemos a Irán.”
En ese mismo acto, el mismo personaje se jactó de poseer la más completa base de datos de los movimientos yihadistas activos desde Marruecos a Egipto, pasando por Siria, Palestina, Líbano, Irak y el Golfo Pérsico. Y desveló la posibilidad de cooperar con los países del Golfo Pérsico en asuntos que concernieran a sus intereses en África, pues los servicios de inteligencia de dichos países habían solicitado ayuda a Sudán, ya que su conocimiento sobre esos grupos yihadistas era mucho menor.
Como colofón recomendó iniciar esa cooperación, que incluía a Arabia Saudí, de tal modo que la influencia de Sudán se ampliara sin afectar a sus intereses vitales. El ministro Kheir no vio problema alguno en encontrar un equilibrio en sus relaciones con Irán y con las monarquías del Golfo. Pero, y aquí tenemos lo sorprendente, finalizó diciendo: “No sacrificaremos nuestra relación con los Islamistas e Irán por una relación con los Saudíes y los países del Golfo.”
Luego, la pregunta es: ¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha hecho que Sudán, país que hasta hace poco era un firme aliado de Irán decida darle la espalda y ponerse claramente del lado de su máximo rival en el mundo musulmán? La respuesta no será simple y, desde luego, tras esa decisión hay un trasfondo económico principalmente. Pero lo que es evidente es que esa relación, si bien fundada en intereses comunes, era una amistad contra natura y, de nuevo, los razonamientos religiosos han sido los que más han pesado.
La corriente sunní es la amalgama que une países e intereses. Sudán ha mostrado un enorme interés en tener un papel predominante en el Sahel y en la zona del Golfo de Guinea, y hasta ahora Irán ha sido el colaborador necesario para avanzar en la consecución de esos intereses mediante el apoyo a los grupos yihadistas de la zona, grupos sobre los que Sudán ha ido ganando más influencia con el tiempo. Pero, desde la aparición del DAESH y la materialización del Califato, esa colaboración ha sido menos necesaria a la par que incomoda, pues Irán, como líder del mundo chií, ha sido uno de los principales oponentes de éste y uno de los grandes colaboradores del gobierno de Irak y de los grupos que luchan contra el DAESH en Siria, llegando incluso a implicar a la milicia Hezbolla en la lucha contra el mismo.
A pesar de la percepción occidental, dentro del mundo islámico, Irán es el actor más débil, sobre todo ahora que ha sido forzado a lograr un acuerdo que cuando menos dificultará mucho su ansiado objetivo de lograr la bomba atómica, algo que, de haberlo logrado, habría cambiado el balance de fuerzas entre chiíes y suníes. Y esto quedará claro a cualquier observador que mire la distribución de las dos mayores corrientes musulmanas en el mundo. Irán está en franca minoría.
Por ello, esta crisis nos ha de hacer ver más allá y fijarnos en actores muy influyentes que han estado detrás del auge de muchos grupos, de su desarrollo y de su actividad, tanto en su formación moral como táctica y técnica.
Habremos de poner la vista en Sudán, y las monarquías del Golfo como directores de escena y actores entre bambalinas, y en países como Yemen, Libia y Nigeria. Sobre todo en estos dos últimos, pues lo que ocurra en ellos se está gestando entre los mencionados directores y tendrá una gran influencia en lo que ocurra a sólo unos cientos de kilómetros de nuestras fronteras, en una zona vital para España y para Europa y su futuro.
(Laureano Martín Pérez- Historiador y Analista Política Internacional)
Conviene conocer a los jugadores antes de comenzar la partida y sobre todo antes de que tus creencias e intereses formen parte de un juego en el que no puedes intervenir porque ni lo conoces ni estás invitado. Eso sí, cuando quieras darte cuenta no tendrás nada. Abramos los ojos a la lectura y al conocimiento de la mano de Laureano Martín Pérez.
ACTORES ENTRE BAMBALINAS (Laureano Martín Pérez)
La ejecución por parte de Arabia Saudí de un relevante clérigo chií ha sido el detonante de una crisis mucho más grave e importante de lo que podemos imaginar, y cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles.
Evidentemente, la muerte de un ser humano nunca es un hecho menor, pero en este caso, como en otros muchos, ha sido dicha ejecución, una acción aparentemente menos grave que otros muchos incidentes anteriores, la que ha encendido la mecha. Tal vez porque mientras que esos choques de antaño se produjeron en el ámbito de la política o la estrategia, este ha tocado de lleno el verdadero problema que subyace en todos los conflictos del mundo árabe o con él: la religión. Y en este caso concreto, la división religiosa. Porque ese, y no otro, es el problema de raíz, a partir del cual, se deriva el resto.
Desde la desaparición del régimen de Sadam Hussein, que durante su guerra contra Irán fue apoyado por Arabia Saudí, las dos potencias preeminentes en la zona son: Irán, de mayoría chií y Arabia Saudí de mayoría wahabí y suní, aunque en su caso, la minoría chií, si bien no tiene peso político o capacidad de influencia por sí sola, como veremos posteriormente, está estratégicamente situada. Otra consecuencia de la desaparición de Sadam Hussein fue la toma del control del gobierno de Irak por parte de los chiitas, lo que ha favorecido indudablemente un acercamiento a Irán y que Arabia Saudí pierda esa “buffer zone” que le separaba de su principal rival.
Irán es una república islámica surgida de la revolución de los ayatolahs en 1979. Por el contrario, Arabia Saudí es una monarquía, régimen que desde los comienzos de la revolución iraní, su líder, Jomeini, consideró ilegítimo, pues entendía que esta no es una forma de gobierno islámico legítima. Esta manera de ver a las monarquías del golfo, no sólo a la saudí, siempre ha sido confrontada con el temor de éstas a la exportación de su modelo de revolución por parte de Irán.
Luego vemos que, desde finales de la década de los 70, los recelos entre ambos países han sido constantes y mutuos.
Desde un primer momento, la extinta URSS apoyó el régimen de Jomeini dentro de los posicionamientos de bloques durante la Guerra Fría. Esto hizo que EEUU apoyara y armara a los regímenes monárquicos opuestos a Irán, especialmente a Arabia Saudí. Esta colaboración desembocó en la enorme paradoja de la colaboración entre Israel y Arabia Saudí dentro de las complejas operaciones auspiciadas por la CIA para armar a los muyahidines que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán.
Hechos como este no hicieron sino acrecentar la rivalidad entre ambos países, máxime teniendo en cuenta que Irán siempre ha sido un feroz opositor a Israel, apoyando fuertemente a la causa palestina, algo de lo que siempre ha acusado a Arabia Saudí de no hacer.
De todo lo relatado hasta el momento, a lo que hemos de unir el temor de Arabia Saudí de que Irán tuviera éxito en su intento de hacerse con armas nucleares, podemos sacar algunas conclusiones:
- Al contrario de lo que pudiera parecer para el gran público, este es un conflicto largamente larvado durante décadas y que sólo necesitaba de la chispa adecuada para dar un salto cualitativo como parece estar sucediendo ahora mismo.
- Una vez más no podemos medir lo que ocurre en los países árabes con nuestros parámetros. Habrá quien se escandalice de que se atribuya a la causa religiosa la raíz del problema, pero no estamos aquí para decir lo políticamente correcto, sino la verdad. Y esta es que la base de todo es la lucha entre las dos corrientes principales del islam para lograr la hegemonía. Por supuesto con innumerables variables y añadidos, pero es así. Y esto es algo que recuerda enormemente lo sucedido en Europa durante los siglos XVI y XVII.
- Puede que ahora se entienda mejor los últimos acontecimientos en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico. Si nos fijamos en todos y cada uno de los conflictos de la zona: Siria, Irak, Líbano, Yemen…, el elemento común es el enfrentamiento entre chiitas y sunitas. Y en todos ellos, en mayor o menor medida, tenemos la implicación de un modo u otro de ambas potencias regionales. Es decir, del mismo modo en que sucedía durante la Guerra Fría entre los bloques, en Oriente Medio y el Golfo Pérsico, Irán y Arabia Saudí han estado hasta ahora dirimiendo sus diferencias en campos de batalla ajenos.
- Fuera del plano religioso, el auténtico temor de Arabia Saudí, aparte de perder su hegemonía en la zona y tener frente a sí a un Irán demasiado fuerte y con demasiados apoyos, es la influencia que éste pueda tener en su minoría chií, porque esa minoría se ubica precisamente en la zona donde se hallan los principales campos petrolíferos y, caso de rebelarse, podría tener un efecto devastador en la economía del país y desestabilizarlo por completo.
- En el terreno económico, para un Irán que después de estar sometido al ostracismo y que por fin ha conseguido que se levanten parte de las sanciones que pesaban sobre el país, el precio actual del petróleo es un asunto capital. El actual escenario de precios bajos perjudica su despegue económico, y ese es otro punto de fricción con Arabia Saudí. Por ello, un incremento de la tensión, que lleva aparejado inmediatamente una subida del precio del crudo es algo que beneficia indudablemente a Irán, por lo que se puede contemplar la posibilidad de una calculada sobreactuación para lograr dicho efecto.
Es especialmente significativo el paso dado por Sudán. Este país no suele aparecer en los medios. Tuvo su momento de protagonismo durante la guerra civil con la región que hoy es el Estado independiente de Sudán del Sur y con el conflicto olvidado y casi silenciado de Darfur, conflicto que algún día debería ser objeto de un estudio más que detenido y tras el cual hay elementos de los que hasta ahora no se ha hablado. Pero, a pesar de las apariencias, es un actor muy relevante.
La importancia y el interés que merece la posición de Sudán reside en que hasta ahora la colaboración con Irán había sido muy estrecha, pues desde 2013, uno y otro han cooperado para proteger sus intereses en África frente a la intervención occidental liderada principalmente por Francia en Mali, lo cual hizo temer a ambos países que sólo fuera el comienzo de una implicación a gran escala en el Sahel con el objetivo de restablecer la hegemonía occidental en toda la región.
Irán y Sudán compartían un objetivo estratégico común en el área que comprende el Sahel y el Golfo de Guinea. Este objetivo no era otro que consolidar el control e influencia en esa vasta región y sus enormes reservas de recursos naturales tales como petróleo, uranio y minerales raros, a la vez que evitar la presencia de Occidente en general y EEUU en particular. Y para lograr ese objetivo la aparición de diferentes grupos yihadistas sirvió de herramienta perfecta, llevándoles a participar activamente en el entrenamiento, equipamiento y financiación de dichos grupos, especialmente de Boko Haram.
Prueba de todo esto es el comienzo del discurso del ministro de Defensa de Sudán realizado en agosto de 2014: “Debo comenzar hablando sobre nuestra relación con Irán, y decir que es una relación estratégica y duradera. No podemos comprometerla o perderla. Todos los avances de nuestra industria militar se los debemos a Irán.”
En ese mismo acto, el mismo personaje se jactó de poseer la más completa base de datos de los movimientos yihadistas activos desde Marruecos a Egipto, pasando por Siria, Palestina, Líbano, Irak y el Golfo Pérsico. Y desveló la posibilidad de cooperar con los países del Golfo Pérsico en asuntos que concernieran a sus intereses en África, pues los servicios de inteligencia de dichos países habían solicitado ayuda a Sudán, ya que su conocimiento sobre esos grupos yihadistas era mucho menor.
Como colofón recomendó iniciar esa cooperación, que incluía a Arabia Saudí, de tal modo que la influencia de Sudán se ampliara sin afectar a sus intereses vitales. El ministro Kheir no vio problema alguno en encontrar un equilibrio en sus relaciones con Irán y con las monarquías del Golfo. Pero, y aquí tenemos lo sorprendente, finalizó diciendo: “No sacrificaremos nuestra relación con los Islamistas e Irán por una relación con los Saudíes y los países del Golfo.”
Luego, la pregunta es: ¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha hecho que Sudán, país que hasta hace poco era un firme aliado de Irán decida darle la espalda y ponerse claramente del lado de su máximo rival en el mundo musulmán? La respuesta no será simple y, desde luego, tras esa decisión hay un trasfondo económico principalmente. Pero lo que es evidente es que esa relación, si bien fundada en intereses comunes, era una amistad contra natura y, de nuevo, los razonamientos religiosos han sido los que más han pesado.
La corriente sunní es la amalgama que une países e intereses. Sudán ha mostrado un enorme interés en tener un papel predominante en el Sahel y en la zona del Golfo de Guinea, y hasta ahora Irán ha sido el colaborador necesario para avanzar en la consecución de esos intereses mediante el apoyo a los grupos yihadistas de la zona, grupos sobre los que Sudán ha ido ganando más influencia con el tiempo. Pero, desde la aparición del DAESH y la materialización del Califato, esa colaboración ha sido menos necesaria a la par que incomoda, pues Irán, como líder del mundo chií, ha sido uno de los principales oponentes de éste y uno de los grandes colaboradores del gobierno de Irak y de los grupos que luchan contra el DAESH en Siria, llegando incluso a implicar a la milicia Hezbolla en la lucha contra el mismo.
A pesar de la percepción occidental, dentro del mundo islámico, Irán es el actor más débil, sobre todo ahora que ha sido forzado a lograr un acuerdo que cuando menos dificultará mucho su ansiado objetivo de lograr la bomba atómica, algo que, de haberlo logrado, habría cambiado el balance de fuerzas entre chiíes y suníes. Y esto quedará claro a cualquier observador que mire la distribución de las dos mayores corrientes musulmanas en el mundo. Irán está en franca minoría.
Por ello, esta crisis nos ha de hacer ver más allá y fijarnos en actores muy influyentes que han estado detrás del auge de muchos grupos, de su desarrollo y de su actividad, tanto en su formación moral como táctica y técnica.
Habremos de poner la vista en Sudán, y las monarquías del Golfo como directores de escena y actores entre bambalinas, y en países como Yemen, Libia y Nigeria. Sobre todo en estos dos últimos, pues lo que ocurra en ellos se está gestando entre los mencionados directores y tendrá una gran influencia en lo que ocurra a sólo unos cientos de kilómetros de nuestras fronteras, en una zona vital para España y para Europa y su futuro.
(Laureano Martín Pérez- Historiador y Analista Política Internacional)
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