ESTEBAN
VILLAREJO/MANUEL P. VILLATORO Villarejo /
MADRID
Día 17/06/2015 - 22.39h
Este vitoriano combatió junto al duque Wellington en
la contienda que acabaría con las ideas expansionistas de Napoleón
Un español,
vitoriano vasco, tuvo el
alto honor en la Historia Militar de batallar como oficial en las dos
contiendas que marcarían el devenir de la Europa del siglo XIX: Trafalgar
(1805) y Waterloo (1815). De las atlánticas aguas frente a las
costas gaditanas, al «plateau» de Mont St. Jean de la Brabante valona. En
medio, su liderazgo en plazas como Ciudad Rodrigo o Vitoria en la
Guerra
de Independencia que la nación española protagonizó contra el
bonapartismo. En su haber, la profunda amistad que trabó con Sir Arthur
Wellesley, Duque de
Wellington.
Fue él. General
Álava. Ni napoleones ni wellingtons: ni soldado alguno de sus huestes. Fue
él, Miguel Ricardo de Álava y Esquivel (Vitoria, 1772-Barèges, Francia,
1843): capitán de corbeta y segundo comandante del tres puentes «Príncipe
de Asturias» en Trafalgar (la batalla que ahogó el poder marítimo a la Francia
napoleónica, «aliada» de España) y «mano derecha» del Duque de Wellington en la
batalla que daría definitivamente con los huesos del «pequeño corso» en la lejana
isla de Santa Elena.
El General
Álava procedía de una familia noble y militar de toda la vida. Su tío era el
insigne Ignacio María de Álava, segundo al mando de la Marina española
en la batalla de Trafalgar donde comandó el «Santa Ana»
y a la postre Capitán General de la Armada.
«Desde los
seis años y durante once más recibió una educación no ya primorosa, sino
inusitada para los tiempos que corrían, en el Real Seminario Bascongado de
Vitoria; gracias a eso hablaba con gran corrección inglés y francés,
así como dominaba las matemáticas y la física, todo lo cual le sería muy
necesario para su prevista carrera de marino de guerra», explica el
escritor Ildefonso Arenas con quien recorremos la figura de este militar
y diplomático español. Arenas esboza su desconocida figura en «Álava en Waterloo» (Ed. Edhasa), novela histórica que será publicada a finales
de este mes.
En Trafalgar hizo valer su arrojo al evitar que un
buque fuera capturado
A los nueve
años Miguel Ricardo de Álava ingresó como cadete en el regimiento de
Infantería de Sevilla, el cual lo mandaba otro de sus tíos, José. Tras su
paso por el Ejército, el entonces subteniente Álava, de 17 años, ingresó en
la Marina a la cual serviría (como sus tíos Luis e Ignacio) recibiendo su
primer grado naval, el de guardiamarina.
Múltiples
fueron las escaramuzas y batallas en las que participó el joven Álava contra
Francia e Inglaterra, países que acosaban en el último tercio del siglo
XVIII al viejo Imperio español. Ceuta, el sitio de
Toulon e Italia fueron algunos de los escenarios donde sus navíos
batallaron. Durante el lustro 1795-1800 se embarcaría junto a su querido tío
Ignacio en una vuelta al mundo con Iberoamérica como principal punto de
escalas, siendo apresado y posteriormente liberado por los ingleses en su rumbo
de vuelta a España.
En 1805, el
ya capitán de corbeta acudiría a la batalla de Trafalgar bajo las
órdenes del mando de la flota española, Federico Gravina y Napoli. Eran
momentos decisivos en una Europa que militarmente hablaba francés. «Su
actuación durante la batalla fue sumamente distinguida, tanto que cabe
atribuirle una parte significativa del mérito de salvar el buque de 112 cañones
"Príncipe de Asturias" (pese a las 150 bajas registradas) y de
que no fuera capturado por la fuerza de Sir Cuthbert Collingwood (el
verdadero vencedor de Trafalgar). Esto se le reconoció como se reconocen los
grandes méritos: dos semanas después fue ascendido a Capitán de Fragata;
para los 33 años que tenía, todo un carrerón», recalca el escritor Ildefonso
Arenas.
Con la flota
franco-española derrotada y el inglés victorioso, España se ve sumida tres años
más tarde en una guerra de guerrillas contra el bonapartismo encarnado
en la figura del hermano del Sire, José I Bonaparte. Es la Guerra de
la Independencia, la Guerra del Francés, precisamente aquella contienda a
la que muchos historiadores atribuyen como el origen de la nación española
entendida hasta nuestros días en su denominación más popular. ¡Viva la Pepa!
Es en ese
momento cuando este vasco alavés, ya retirado del servicio militar y aposentado
en sus fincas de la provincia de Álava con el recuerdo del azul y sangre de
Trafalgar en su mirada (era diputado «del Común» por su provincia, lo que hoy
equivaldría a «defensor del pueblo»), regresa a la llamada del deber patrio...
aunque en un principio parece aceptar a José I Bonaparte, llegando a ser
incluso representante de la Marina de Guerra en la Junta que elaboró la Constitución
de Bayona y que otorgó la Corona de España al hermano de Napoleón. Tampoco
se opuso a la derogación de los históricos fueros vascos.
Parecía que
las Juntas Generales de Álava aceptaban así a José I, pero finalmente no fue
así. Es en este punto cuando Miguel de Álava parte clandestinamente hacia
Madrid pare unirse al bando patriota. Calatayud, Tudela o Medellín fueron
algunos de los escenarios que tuvieron a Álava en buena lid, bajos las órdenes
del general Castaños y del Duque de Alburquerque.
Álava entró a las órdenes del Duque de Wellington...
como traductor
A mediados
de 1809, en esta guerra de guerrillas alguien pretende poner orden y concierto:
el Duque de Wellington quien se halla en Portugal. Ahí es donde Álava
cobra protagonismo para trasladarle las necesidades militares de los junteros. ¿El
motivo? Muy simple: el idioma.
«Wellington
vivía desesperado, porque no se entendía ni con la Junta de Extremadura,
ni con la de Andalucía, ni con la Central, ni con las Cortes de Cádiz, ni con
los comandantes de las divisiones españolas, ni con las innumerables partidas
de guerrilleros. La principal razón de no entenderse era el idioma. Contaba
como intérprete con un oficial irlandés de los Reales Ejércitos, O'Lawlor, que
hablaba un castellano académico, pero con eso no bastaba para entenderse no ya
con los abruptos acentos de sus nada cultos contrapartes, sino con la peculiar
idiosincrasia de sus aliados españoles, los cuales, fieles a la filosofía
nacional, iban cada uno a su bola», explica Ildefonso Arenas...Y en esto
apareció Álava. Ya coronel.
Encuentro con Wellington
«A los dos
días, como quien dice, Wellington apreció, asombrado, que allá donde
participaba Álava cesaban los malentendidos, las grescas y las broncas, de modo
que se quedó con él. Como además de hablar un exquisito inglés pertenecía a una
clase social parecida a la suya (aristócratas de provincias no muy adinerados;
sus modales y su educación, en consecuencia, eran similares), no tardaron en
congeniar, de modo que no mucho después, hacia 1811, eran los mejores
amigos del mundo. Una amistad que nunca se enfrió, pese a que Álava fue toda
su vida un liberal convencido, mientras Wellington era un
ultraconservador», destaca el autor de «Álava en Waterloo».
El Duque de
Wellington eligió a Álava como su hombre de confianza para el sitio de
Ciudad Rodrigo (1811). Más tarde proclamaría la Constitución de 1812 en
Madrid. Herido en Dueñas, fue elegido diputado general de Álava. Participó
en su tierra, Vitoria, en la batalla del 21 de junio de 1813 contra un José
I que huía como alma que lleva el diablo .
El entonces
mariscal Álava entró triunfante en su ciudad (en la plaza de la Virgen
Blanca se recuerda su figura) evitando saqueos y desmanes para más tarde,
siempre junto a Wellington, perseguir a los franceses más allá de los
Pirineos. Fernando VII volvía a reinar en una nación que a partir de
entonces empezaría a engendrar el mal llamado de «las dos Españas». Nada sería
igual.
«Álava
era un liberal convencido, pero no un exaltado defensor de la Pepa. De
hecho, cuando en 1820 se rehabilitó la constitución Álava figuraba en el
bando de los doceañistas (partidarios de aplicarla con sensatez y
moderación), contrario a los veinteañistas (a cuyo lado los jacobinos de
Robespierre habrían pasado por hermanitas de los pobres). Álava, que llegó a
presidir las Cortes, jamás varió su postura en favor de la serenidad y la
prudencia, lo cual le costó un par de exilios (además del principal, el
de 1823 a 1833)».
Batalla de Waterloo
Pero
volvamos al tablero de ajedrez que se había convertido la Europa de 1815. Napoléon
había vuelto de su primer exilio en la isla de Elba y se propone
restablecer la «grandeur» de Francia. Wellington requeriría de los servicios de
Álava para la cita de Waterloo.
«A mediados
de mayo de 1815 el Rey Fernando VII, a requerimiento de Wellington, ordenó a
Álava, por entonces embajador en los Países Bajos con residencia en Bruselas,
un par de cosas: (1), que le representase ante su exiliada majestad Luis
XVIII, refugiado en Gante, y (2) que actuara como su comisionado
(hoy se diría «agregado») en el Ejército del duque de Ciudad Rodrigo (Fernando
VII siempre se refirió a Wellington como «duque de Ciudad Rodrigo»), cuyo
nombre oficial era «Army of the Low Countries» y cuyo cuartel general también
estaba en Bruselas. Álava, de hecho, llevaba haciendo eso mismo desde hace un
mes, aunque por su cuenta y especulando con que Fernando VII acabaría por
conceder lo que Wellington le pedía una y otra vez por medio del embajador en
Madrid (su hermano Henry). Con eso Álava pasó a incorporarse de un modo oficial
al reducido Estado Mayor de Wellington».
Aquí es de
señalar que el ejército de Wellington difería bastante de los restantes
ejércitos europeos, donde bajo el comandante supremo había un jefe de estado
mayor y un intendente general. Wellington sólo tenía un intendente general
(«Quartermaster General»), que hasta el 1 de junio fue Sir Hudson Lowe (pasó
a la historia como carcelero de Napoleón en Santa Elena) y desde ahí Sir
William Howe de Lancey. «Ahora, si bien oficialmente no tenía un "jefe de
estado mayor", extraoficialmente sí que lo tenía: Don Miguel de Álava»,
aclara el escritor Ildefonso Arenas.
Álava fue el Nº 2 del ejército de Wellington
Hay multitud
de documentación, en su mayoría británica, que señala la presencia de Álava
junto a Wellington ya en la noche previa a la batalla (la del 17 al 18 de
junio de 1815), así como durante la misma y, cuando todo acabó, cenando
solos en la posada Jean de Nivelles, Waterloo.
«Álava
estuvo todo el tiempo junto a Wellington (y junto a Álava el capitán
español Nicolás de Miniussir, su "aide-de-camp"; pese a que llegó a
ser Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos es otro gran desconocido de la
historia), actuando como lo que de veras era hasta más o menos las cinco de la
tarde; a esa hora De Lancey fue alcanzado por una bala de cañón y dejó de
actuar como intendente general, pasando a ser sustituido por Álava. Aquí
se debe tener en cuenta, por si alguien piensa que esto es una "licencia
literaria", que Wellington inició la batalla con un "staff"'
compuesto de un intendente general (De Lancey), un secretario militar (Lord
FitzRoy Somerset), ocho "aides-de-camp" (Gordon, Canning, Lord March,
Percy, Fremantle, Hill, Cathcart y el Prinz Nassau-Usingen) y cuatro
"agregados" (Álava por España, Müffling por Prusia, Pozzo
di Borgo por Rusia y Vincent por Austria); al acabar sólo quedaban él, Álava,
Müffling y dos aides-de-camp, Percy y Fremantle».
«Álava no
sólo hizo de intendente general accidental por ser el de mayor capacidad y
experiencia, sino porque no quedaba en el "staff" de Wellington
ningún oficial de suficiente "seniority" para poder desempeñar la
función (Álava era todo un teniente general de los Reales Ejércitos; su
graduación era equivalente a la de un "full general" inglés, y en la
línea de Wellington sólo había uno de ese rango, Sir Rowland Hill, el cual,
tras caer el Prins van Oranje, mandaba los Army Corps I y II; de ningún modo
habría podido actuar de Quartermaster General», detalla con toda la
minuciosidad posible nuestro experto en Don Miguel de Álava.
Así pues,
«durante la segunda mitad de la batalla Álava fue el Nº 2 del ejército de
Wellington. Nadie discutió su autoridad. Todo el mundo le sabía muy
vinculado a Wellington y, por otra parte, allí, en el plateau de Mont St Jean,
no hizo nada que no hubiera hecho dos años antes, el día de Vitoria».
Distinguido en el Reino Unido
Posteriormete
Miguel de Álava fue embajador en Francia (1815, 1835), diputado por Álava
(1821), presidente de las Cortes (1822), embajador en el Reino Unido de la Gran
Bretaña e Irlanda (1834, 1838), senador (prócer) (1834, 1836), ministro de
Marina (1835) y presidente del Consejo de Ministros (1835).
Entre sus
múltiples condecoraciones y honores, Álava tuvo siempre a gala la de Caballero Comendador extraordinario de la Orden del Baño
(10 de octubre de 1815), para premiar «mis servicios bajo las órdenes del Duque
de Wellington durante la Guerra de España y también a mi conducta distinguida
en la batalla de Waterloo». Aquella «Guerra de España» -la de Independencia,
1808-1814- en la que por una vez la nación llamada España se unió en una sola
dirección.
4 preguntas para Ildefonso Arenas, autor de la novela
«Álava en Waterloo»
E.
VILLAREJO/M. P. VILLATORO
- La otra
gran faceta del general Álava fue la de diplomático…
- Fue un
maestro de la profesión. Embajador en el Reino de los Países Bajos, en Francia
(dos veces) y en Inglaterra (dos veces). Siempre sin medios y sin dinero, y a
pesar de todo consiguiendo resultados espectaculares para España sin más
recursos que su inteligencia, su oficio y su fenomenal talento para las
relaciones humanas. Si un solo ejemplo puede ilustrar su asombrosa
profesionalidad fue el cierre del II Tratado de París (20-11-1815). En ese
tratado se repartieron los 700 millones de francos que Francia pagaría como
indemnización a la Séptima Coalición. Una coalición en la que España sólo
aportó dos soldados, Álava y Miniussir (se alinearon 600.000). Pese a ello, y
pese a que la representación española en la negociación del tratado estaba
confiada al tristemente célebre Marqués de Labrador, el que tan lamentable
papel desempeñó en el Congreso de Viena, Álava, a través de Wellington,
consiguió levantar para España la octava suma por orden de importancia, 12,5
millones de francos (por delante de Baden y de Württemberg, que habían aportado
45.000 hombres entre las dos). Toda su vida fue un maestro inigualable en el
divino arte de ir sin nada y llevarse la mano.
- ¿Qué
importancia tiene el general Álava en la Historia de España?
- Hasta 1936
podría decirse que la tuvo, pero su fama de liberal ilustrado sospechoso de
masón (nunca se demostró que lo fuera) le hizo quedar en la parte negra de la
historia según ésta se interpretó durante la dictadura, y ahí sigue, para
nuestra vergüenza.
- ¿Qué
cualidades destacaría de su persona?
- Militar
competente, valeroso y heroico, diplomático inigualable, parlamentario brillante,
político honesto y de irreprochable rectitud personal, así como buen marido y
aún mejor amigo. Además, y por si todo eso fuera poco, poseía un exquisito
sentido del humor.
- Era
vitoriano… ¿lo estudian hoy día en las ikastolas?
- Eso sí que
no lo sé. Durante un tiempo de su vida fue Diputado General de Álava, y en su
ciudad, Vitoria, se le venera por muy buenas razones (gracias a él los ingleses
no la saquearon el 21 de junio de 1813, como pocas semanas después harían con
San Sebastián), al punto que las dos únicas estatuas que le conozco están allí,
en Vitoria, pero no estoy seguro de que todo eso sea mérito suficiente para ser
estudiado en una ikastola. Quién sabe. Con suerte, podría ser que sí.
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