Cuando nos reunimos militares de mi generación, pongamos entre los 50 y 75 años, es frecuente en nuestras conversaciones oír que somos la generación de los idiomas y de internet. En efecto, en la continua y amplia formación académica y la posterior formación en cursos de perfeccionamiento y capacitación nadie nos ha ayudado con tan importantes herramientas para desenvolvernos en el mundo actual. Lo hemos tenido que aprender “a pedalillo” en realidad, como muchos de los españoles de a pie, pero que no están sometidos a tan continua actualización de sus conocimientos. Sin embargo, a mi me gusta añadir en tales conversaciones – y tambien de las PAEF- aludiendo a la “Prueba Anual de Evaluación física”(PAEF) hoy en día sustituida por el “Test General de la condición Física” (TGCF).
En efecto, estaremos de acuerdo con ello o no. Nos podrá gustar más o menos. Pero no podemos negar que esta cita anual con un sencillo test en el que se nos evalúa nuestra condición física ha contribuido considerablemente a elevar las aptitudes físicas de los militares, y por ende, de las unidades y del Ejército en su conjunto.
Nuestra vieja doctrina, definía las cualidades del militar en tres categorías: intelectuales, morales y físicas. ¿Cómo hemos propiciado estas últimas?
Remontémonos 30 años atrás. ¿Qué suponía la educación físico militar en las unidades? Pues exceptuando honrosos ejemplos, era impartida por el oficial de semana ¡con trinchas! Y poco más. A los oficiales y suboficiales no se nos requería ninguna medida de nuestra condición física, que se dejaba al libre albedrío y buen hacer de cada cual. Vamos, que era un poco aquello de “lo que le dicte su espíritu y honor”.
Fue en la década de los 80, cuando impulsado por el propio Jefe de Estado Mayor del Ejército y contando con el tesón de oficiales como el TCOL José Coldefors, se definió, se articuló y se impuso un sencillo test para valorar individualmente las capacidades físicas de los cuadros de Mandos. Eran cuatro sencilla pruebas que valoraban la velocidad, la potencia del tren inferior y superior y la resistencia. Lo suficiente para que el paisaje del cuartel se poblase de cuadros de mando vestidos con indumentaria deportiva, que poco a poco se fue unificando para llegar a constituirse en signos de identidad de la unidad.
Par muchos, era tal vez la oportunidad de demostrar su buena forma física, olvidando que tales pruebas estaban diseñadas para medir la condición física resultado del ejercicio moderado y continuado a lo largo del año. Esto dio lugar, no hemos de olvidarlo a más de una lesión e incluso, en casos muy excepcionales, a alguna consecuencia fatal. Fue el precio que tuvimos de pagar por conseguir un elenco de cuadros de mando, más en forma en una época a la que a los soldados de reemplazo, sin exigirles ninguna condición previa, les sometíamos a un considerable entrenamiento haciéndoles superar en breve espacio de tiempo duras pruebas: tablas de aplicación físico militar, pistas de aplicación etc.
Esto ha propiciado que, en la actualidad, hayan proliferado y mejorado considerablemente el equipamiento de los gimnasios de los cuarteles, y lo que es más, su utilización día a día estimulada por la presencia de los cuadros de mando, oficiales y suboficiales. Es más, en muchas unidades, comienzan las actividades de la jornada por una formación, presidida `por su coronel, e incluso por su general …. En uniformidad deportiva. ¡Quién lo hubiera dicho unos años atrás!
Con la experiencia adquirida a lo largo de estos años, el esquema de las antiguas PAEF, ha evolucionando hacia el Test General de la condición física (TGCF) más adaptado a la inclusión de las mujer en las FAS, y a paliar, en cierta medida los inconvenientes que para los de mi edad, tenía la prueba de velocidad pura. Con todo, la prueba que los sustituía, ha sido suprimida para mayores de 45 años.
Pero no solo eso. Recientemente, se ha diseñado una prueba de unidad: una marcha colectiva de 10 km, con equipo ligero (20 kg) que las unidades han de realizar en un tiempo máximo de 90 minutos.
Sin duda todas estas cosas han contribuido mejorar la condición física individual y colectiva del Ejército. Eso no ha debe significar que todo está hecho, ni mucho menos. Por ejemplo, a mis años echo muchísimo en falta que una profesión, la militar, que hace del “valor” un valor de la propia profesión, -Vds. ya me entienden- apenas hay actividades físicas que estimulen esta condición. Si descontamos algunos cursos, como el de operaciones especiales, el de montaña o el de paracaidistas, y a la práctica en determinadas unidades de las actividades que comportan ¿Qué otras actividades físicas se orientan a fomentar el valor, la superación de los miedos propios? Antes teníamos, al menos en las academias la equitación, que te acostumbraba a dominar al noble bruto haciéndole ir por donde tu voluntad le exigía en contra de su propio instinto de conservación. O prácticas deportivas como el salto del plinto, o del caballo, que te obligaba a superar tus limitaciones físicas frente a los demás, O la pista de aplicación físico militar, no la pista de pentalón, que no deja de ser una fuente de lesiones, sino aquella pista, de obstáculos combinados, que te obligaba a superar uno tras otro y enfrentarte, al final a la simbólica presencia de un “tanque”.
Hay un buen número de deportes muy indicados para preparar, desde el punto de vista físico, estas condiciones tan necesarias. Desde los deportes de contacto, en particular los de lucha – un soldado debe estar acostumbrado a golpear y encajar, a dar y a recibir – pasando por la carrera de orientación. Un deporte que se practica muy en contacto con la naturaleza, y que enseña al corredor a tomar decisiones bajo presión ¿Por dónde ir?, ¿cómo acometer la baliza?, pasando por deportes de equipo, en los que se practica que el resultado final es muy superior a la suma de las individualidades, sin olvidar otros deportes como el tiro, las marchas,
Lo que no se ensaya, no sale bien. Este es un axioma en operaciones especiales, que si lo extendemos al conjunto del ejercito es algo así como preguntarnos ¿Qué se hace pora desarrollar “el valor” desde su componente física, una de las tres patas a las que antes aludía al señalar la condición del militar.
General de Brigada (R) Adolfo Coloma Contreras
En efecto, estaremos de acuerdo con ello o no. Nos podrá gustar más o menos. Pero no podemos negar que esta cita anual con un sencillo test en el que se nos evalúa nuestra condición física ha contribuido considerablemente a elevar las aptitudes físicas de los militares, y por ende, de las unidades y del Ejército en su conjunto.
Nuestra vieja doctrina, definía las cualidades del militar en tres categorías: intelectuales, morales y físicas. ¿Cómo hemos propiciado estas últimas?
Remontémonos 30 años atrás. ¿Qué suponía la educación físico militar en las unidades? Pues exceptuando honrosos ejemplos, era impartida por el oficial de semana ¡con trinchas! Y poco más. A los oficiales y suboficiales no se nos requería ninguna medida de nuestra condición física, que se dejaba al libre albedrío y buen hacer de cada cual. Vamos, que era un poco aquello de “lo que le dicte su espíritu y honor”.
Fue en la década de los 80, cuando impulsado por el propio Jefe de Estado Mayor del Ejército y contando con el tesón de oficiales como el TCOL José Coldefors, se definió, se articuló y se impuso un sencillo test para valorar individualmente las capacidades físicas de los cuadros de Mandos. Eran cuatro sencilla pruebas que valoraban la velocidad, la potencia del tren inferior y superior y la resistencia. Lo suficiente para que el paisaje del cuartel se poblase de cuadros de mando vestidos con indumentaria deportiva, que poco a poco se fue unificando para llegar a constituirse en signos de identidad de la unidad.
Par muchos, era tal vez la oportunidad de demostrar su buena forma física, olvidando que tales pruebas estaban diseñadas para medir la condición física resultado del ejercicio moderado y continuado a lo largo del año. Esto dio lugar, no hemos de olvidarlo a más de una lesión e incluso, en casos muy excepcionales, a alguna consecuencia fatal. Fue el precio que tuvimos de pagar por conseguir un elenco de cuadros de mando, más en forma en una época a la que a los soldados de reemplazo, sin exigirles ninguna condición previa, les sometíamos a un considerable entrenamiento haciéndoles superar en breve espacio de tiempo duras pruebas: tablas de aplicación físico militar, pistas de aplicación etc.
Esto ha propiciado que, en la actualidad, hayan proliferado y mejorado considerablemente el equipamiento de los gimnasios de los cuarteles, y lo que es más, su utilización día a día estimulada por la presencia de los cuadros de mando, oficiales y suboficiales. Es más, en muchas unidades, comienzan las actividades de la jornada por una formación, presidida `por su coronel, e incluso por su general …. En uniformidad deportiva. ¡Quién lo hubiera dicho unos años atrás!
Con la experiencia adquirida a lo largo de estos años, el esquema de las antiguas PAEF, ha evolucionando hacia el Test General de la condición física (TGCF) más adaptado a la inclusión de las mujer en las FAS, y a paliar, en cierta medida los inconvenientes que para los de mi edad, tenía la prueba de velocidad pura. Con todo, la prueba que los sustituía, ha sido suprimida para mayores de 45 años.
Pero no solo eso. Recientemente, se ha diseñado una prueba de unidad: una marcha colectiva de 10 km, con equipo ligero (20 kg) que las unidades han de realizar en un tiempo máximo de 90 minutos.
Sin duda todas estas cosas han contribuido mejorar la condición física individual y colectiva del Ejército. Eso no ha debe significar que todo está hecho, ni mucho menos. Por ejemplo, a mis años echo muchísimo en falta que una profesión, la militar, que hace del “valor” un valor de la propia profesión, -Vds. ya me entienden- apenas hay actividades físicas que estimulen esta condición. Si descontamos algunos cursos, como el de operaciones especiales, el de montaña o el de paracaidistas, y a la práctica en determinadas unidades de las actividades que comportan ¿Qué otras actividades físicas se orientan a fomentar el valor, la superación de los miedos propios? Antes teníamos, al menos en las academias la equitación, que te acostumbraba a dominar al noble bruto haciéndole ir por donde tu voluntad le exigía en contra de su propio instinto de conservación. O prácticas deportivas como el salto del plinto, o del caballo, que te obligaba a superar tus limitaciones físicas frente a los demás, O la pista de aplicación físico militar, no la pista de pentalón, que no deja de ser una fuente de lesiones, sino aquella pista, de obstáculos combinados, que te obligaba a superar uno tras otro y enfrentarte, al final a la simbólica presencia de un “tanque”.
Hay un buen número de deportes muy indicados para preparar, desde el punto de vista físico, estas condiciones tan necesarias. Desde los deportes de contacto, en particular los de lucha – un soldado debe estar acostumbrado a golpear y encajar, a dar y a recibir – pasando por la carrera de orientación. Un deporte que se practica muy en contacto con la naturaleza, y que enseña al corredor a tomar decisiones bajo presión ¿Por dónde ir?, ¿cómo acometer la baliza?, pasando por deportes de equipo, en los que se practica que el resultado final es muy superior a la suma de las individualidades, sin olvidar otros deportes como el tiro, las marchas,
Lo que no se ensaya, no sale bien. Este es un axioma en operaciones especiales, que si lo extendemos al conjunto del ejercito es algo así como preguntarnos ¿Qué se hace pora desarrollar “el valor” desde su componente física, una de las tres patas a las que antes aludía al señalar la condición del militar.
General de Brigada (R) Adolfo Coloma Contreras